viernes, 9 de enero de 2009

Felicidad en darse y no en tener

Un error que cometemos la mayoría es no valorar la vida por lo que significa: vivir. Nos han enseñado que para ser felices se necesita dinero, compañía, pareja o reconocimiento y admiración de los demás. Todo eso, sin embargo, es frivolidad. La alegría depende de cada uno; la felicidad resulta no de lo que nos suceda, aunque resulte adverso, o lo que poseamos, aunque no tengamos abundancia, sino de cómo asumamos esa realidad.

Nuestra vida es un paseo breve por este mundo. Por lo tanto es inútil desperdiciarla en quejas o lamentaciones. Si mantenemos nuestra mente dispuesta a aprovechar, inclusive, las enseñanzas de nuestros errores, entonces vale la pena equivocarse. Debemos optar por ver el lado positivo de las cosas. Esta decisión sólo la podemos tomar nosotros. De ahí que siempre se diga que nuestra felicidad está en nuestras manos.

Hay limitaciones que nos presenta el mundo, eso nadie lo niega. Que no tenemos trabajo, que la gente no colabora o nos tratan mal, que los problemas familiares nos afectan. Es inevitable, pero no por ello inmodificable. Muchos hemos adquirido la mala costumbre de vivir para quejarnos en vez de tomar acción ante cada problema. Si empleáramos nuestro tiempo en buscar soluciones en vez de maldecir o desesperarnos descubriríamos con asombro que no eran tan terribles los problemas que nos aquejaban. Incluso si no existiera una solución a nuestras preocupaciones, ¿qué sacaríamos ofuscándonos? Cuando ello nos suceda, no queda otra que aceptar lo inevitable. Así nos ahorraremos disgustos en vano.

Pero aunque el mundo nos ponga infinidad de trabas somos nosotros mismos los que saboteamos nuestro progreso. Nuestros miedos, traumas del pasado, desconfianza en la gente y, lo que es peor, desconfianza en nosotros mismos atentan contra la felicidad que estamos destinados a disfrutar. Muchas veces no resultan ser los otros sino nosotros mismos los que hacemos insoportable la convivencia en familia, en sociedad o en el trabajo. Engañados por nuestros complejos, nos declaramos víctimas cuando, sin saberlo, nos hemos convertido en agresores. Si nos abriéramos a la gente todos los días, si hiciéramos a un lado nuestros temores, sabríamos que la vida no es un terreno adverso y que más bien la mayoría se encuentra ansiosa por conocernos y declararse amigos nuestros.

Finalmente, el hombre se siente limitado por su realidad en contraste con el mundo de fantasía que le ofrece el cine o la televisión. Se nos ha adoctrinado que para ser felices debemos ostentar tal aparato, lucir tal marca de ropa, tener dinero para derrochar o asistir a reuniones exclusivas. Pura vanidad, mera frivolidad.

Deseando mucho el hombre se frustra. Vive engañado porque confía en que su felicidad depende del exterior. Si supiera que no necesita grandezas del mundo para sentirse pleno, haría a un lado sus carencias y disfrutaría de lo que tiene: su vida. Necio él; malversa su tiempo en lamentarse por lo que le falta, pero no agradece por lo que le fue dado. Y por ello muchos no somos conscientes de lo que tenemos: inteligencia, salud, sueños y metas, una casa, seguridad, paz, conciencia tranquila. Pero creyéndonos desdichados lo abandonamos todo por correr tras un espejismo.

El placer y la alegría del mundo son pasajeros e inestables porque cada vez se necesita mayores cantidades para que mantenga su calidad de placentero. El sexo, las drogas o el dinero son exponentes vocingleros de lo que se ha descrito. Encontramos gusto en su disfrute, por un breve tiempo, para caer en la cuenta de que no es suficiente. Y caemos en la angustia, en el desequilibrio de la necesidad. Posiblemente podemos obtener más, y lo vamos a disfrutar, pero nuevamente tropezaremos con la desoladora realidad de la insatisfacción: queremos más.

El mundo no es como nos lo pintan, nosotros podemos crear nuestra realidad con nuestras actitudes. No necesitamos de nadie para ser felices. La felicidad no es una meta es un camino. Y se encuentra más dicha en compartir, aunque se tenga poco, sin esperar lo mismo de la gente que en desear el mundo para uno solo.