jueves, 16 de julio de 2009

Tener metas claras y estar dispuesto a pagar el precio por conseguirlas

Una vida sin metas se parece a un barco sin un puerto a donde llegar, y por lo tanto agotará su combustible sin haber llegado a un destino específico; de igual manera sucede con aquellos que no dan un sentido a su existencia, un porqué al cual dedicarse durante el tiempo que permanezcan en este mundo.

Tener metas claras es importante para saber qué hacer con nuestras horas. Sin embargo la voluntad no debe quedar allí, en simples anhelos o sueños. Nuestra vida debe agotarse en el trabajo constante, alentado por la serena convicción de que luego de tantos esfuerzos, indudablemente, disfrutaremos de los frutos de nuestra dedicación: la los triunfos, el orgullo de habernos empujado hasta el límite, a pesar de los problemas que se nos ponían por delante, y quizá la satisfacción de comprobar que nuestra devoción haga arder la voluntad de quienes vengan después de nosotros.

Todo esto suena lindo sin duda; pero hay que tener presente que a cada tentativa de triunfar nos saldrán al encuentro infinitos motivos para desalentarnos de la batalla y declararnos fracasados. La triste realidad es que muchos sucumben ante la impaciencia porque las cosas no avanzan al ritmo que desearían y consideran que son muchos los tropiezos que tienen en su camino, y se rinden ante los problemas, muchas veces, antes de haberlos enfrentado. No actuarían así si entendieran que los problemas lejos de ser adversarios, son nuestros compañeros de aventuras, por que demandan más de nosotros. Son precisamente estas adversidades las que van a explotar lo mejor de nuestro carácter y nos harán más sabios, más sensatos, más fuertes, más maduros.

No sucumbiríamos tampoco al desánimo si entendiéramos que el éxito y la realización personal llegan a su propio tiempo, y no de un día para otro como desearían los cobardes, y que necesitan madurar en el trabajo dedicado, todos los días, sin dudar que tanto empeño no puede traer más resultado que la misma victoria.

Una vez comprendido que sólo enfrentado incontables dudas, resolviendo innumerables problemas y venciendo infinitos obstáculos se puede llegar al éxito, el hecho de esforzarse adquiere otro sentido porque va respaldado por la firme resolución que todo lo que nos sucede nos acerca a nuestros sueños.

Este es el secreto de una actitud optimista ante la vida: que todo lo que nos suceda, sea “bueno” o “malo” nos acerca indefectiblemente a la consecución de nuestras metas. Y será este pensamiento positivo y reparador el que nos dará ánimos para seguir adelante, con buena gana, y pese a los problemas.

De todo esto se concluye que la felicidad no es una meta, es una decisión: uno va a ser feliz cuando se decida a serlo, al margen de lo que le ocurra a su alrededor o de lo que posea en ese momento, porque lo respalda la confianza que aquellas desilusiones por las que está pasando no son más que parte del proceso normal de volver realidad los sueños y que es importante que las disfrute también.

lunes, 29 de junio de 2009

Un secreto para ser feliz

Soñar con lograr nuestras metas; hacer lo necesario porque así sean, y luego comenzar a cosechar los primeros frutos de nuestro esfuerzo es para cualquiera motivo de satisfacción y orgullo.

El corazón se enardece cuando comprueba que los sacrificios, el agotamiento, el dolor, en fin las privaciones de ayer toman sentido hoy. Es bello saber que estamos en camino de realizar aquello para lo que nos hemos sentido llamados. Uno de los secretos para vivir feliz consiste en hacer lo que nos gusta, pero hacerlo bien.

Aquel que gasta su existir sin empeñarse en conocerse a sí mismo ni conocer sus potencialidades no será para la memoria del mundo más que un parásito: insignificante y perjudicial.

Todos, absolutamente todos, tenemos la responsabilidad de prepararnos lo mejor que podemos en la escuela de la vida. Sobre nuestros avances, sobre nuestros logros, sobre nuestras experiencias, las generaciones que nos siguen van a ponerse de pie. Es la ley del progreso. Los hombres que llegarán a relevarnos mañana esperan recibir un mundo mejor al que recibimos; ellos a su vez entregarán a quienes los sucedan un lugar mejor donde recibirlos.

Cada quien tiene el deber de conocerse a sí mismo para saber de nuestras potencialidades y explotarlas, y para prevenirnos de nuestros defectos, y erradicarlos.

Tenemos tanto por lo que trabajar y tan escaso es el tiempo del que disponemos que desperdiciarlo en preocupaciones o vicios es una soberana tontería.

Hemos sido llamados a esta vida para ponerla a disposición de los demás, viviendo nuestros sueños, disfrutando de nuestras aficiones y desarrollando tal potencial en lo que hacemos que la pasión por nuestro trabajo y los progresos que éste traiga infundan en los demás los mismos motivos para vivir esta vida de la misma manera que nos inspiraron antes a nosotros.

Sólo así, poniendo gusto en el empeño, disfrutando de nuestro trabajo es que este mundo se puede poblar de maestros aventureros y emprendedores realizados.

Rindo unas palmas a todos los que empeñan el corazón en la tarea para la que se sienten elegidos.

viernes, 12 de junio de 2009

EL “secreto” de Rhonda Byrne: La ley de la atracción

El libro “El Secreto” de Rhonda Byrne ha recibido una gran acogida en sus seis primeros meses vendiendo más de dos millones de copias. No cabe duda que la autora y el ejército de expertos que la asesoraron han sabido promover una agresiva y eficiente estrategia de marketeo para atraer el interés y el favor de los lectores; teniendo en cuenta que la Ley de la Atracción no es un “descubrimiento” de Rhonda Byrne. Y es que la ley de la atracción no es tan secreta como se pudo pensar; de hecho a largo de la historia ha habido pensadores, filósofos o expertos han teorizado acerca de esta ley, la ley de la atracción; así como también hubieron quienes supieron sacarle provecho.

La Ley de la Atracción sustenta que nuestra mente tiene poder para crear nuestra realidad; sostiene que aquello en lo nuestra mente piensa constantemente el Universo nos lo concede, sin importar si es bueno o malo. Algunas de las ideas que se señalan en el libro son:

“Si lo ves en tu mente, lo tendrás en tu mano”

“Tus pensamientos se materializan en objetos”

“Te conviertes en lo que más piensas, pero también atraes lo que más piensas”

“Contémplate viviendo en la abundancia y la atraerás hacia ti. Siempre funciona, para todas las personas”

“Atrae lo bueno en vez de lo malo”

“La única razón por la que personas no tienen lo que quieren es porque piensan más en lo que no quieren que en lo que quieren”

“Tu vida está en tus manos. No importa dónde estés ahora ni lo que te haya sucedido, puedes empezar a elegir conscientemente tus pensamientos y a cambiar tu vida. No hay situaciones sin esperanza ¡Todas las circunstancias de tu vida pueden cambiar!”

De las frases anteriores se desprende que somos nosotros mismos los causantes de los que nos sucede o de los estados de ánimo que tenemos. Pero si ha funcionado en negativo, concluye la autora, también va a funcionar en positivo. Sólo basta con tener fe, confiar en que tal como lo ansiamos, así sucederá.

La propuesta es revolucionaria, sin embargo no es original; para comenzar las citas anteriores no pertenecen todas a la autora sino a expertos contemporáneos como Bob Proctor, John Assaraf y Mike Dooley, sólo por mencionar algunos.

En la Biblia también podemos encontrar evidencias de la ley de la atracción y acerca de confiar en que se conseguirá lo que se ha pedido:

“Y todo cuanto pidiereis en la oración, si tenéis fe, lo alcanzareis”
Mateo 21: 22

“Por tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas, y se os dará”
Marcos 11: 24

Ante esta ley muchos se han declarado suspicaces, tanto materialistas como idealistas. Por un lado, los primeros cuestionan los reales alcances de esta ley: cuánto se puede lograr; y si es verdad que se puede combatir cualquier mal; o si es cierto que se podría influir en la conducta de otros en beneficio propio; o si sería posible que se pueda vencer a la misma muerte. Por otro lado, están los idealistas que no ven con gusto eso de que sea el “Universo” quien conceda los deseos del hombre con sólo pensarlo y no Dios, pues con ello se declararía al mismo hombre como su Dios y que no necesita de otro Dios para conseguir favores o milagros.

El debate está en pie. ¿Cuál es el verdadero alcance de esta ley? ¿Realmente funciona? ¿Tiene límites lo que el Universo puede conceder?

No cabe duda que Rhonda Byrne ha elegido un tema controversial para atraer la atención del mundo, y que supo llegar a la mente de las personas a través de este libro, incluso cuando la Ley que vende no es un secreto que ella haya revelado.

lunes, 1 de junio de 2009

Sobre reconocer nuestros errores

El ejemplo predica mejor que los consejos; y cuando se trata de reconocer nuestros errores no hay nada más efectivo que aceptar con humildad que nos hemos equivocado; así, quienes nos rodean aprenderán también de nuestra cortesía.

El problema no es equivocarnos; somos humanos, nadie lo sabe todo y menos aún cuando nos adentramos en un campo nuevo; más bien nuestro problema radica en cómo vemos el hecho de equivocarnos. Creemos que un error nos diminuye como personas; bueno, si piensas eso, pues deja de hacerlo; porque si te das cuenta un error puede resultar una oportunidad para crecer; si, una oportunidad de aprender de nuestras limitaciones y no volver a caer en el mismo fallo, es decir, aprender de nuestros errores y no volver a cometerlos.

No es malo equivocarse. Malo es no reconocerlo. Pero peor aún es negar que nos hayamos equivocado e intentar justificarlo.

Aconsejar a otros es bueno, pero enseñar con el ejemplo es todavía más efectivo. Muchas veces sugerimos lo que debe hacerse y para vergüenza nuestra no somos los primeros en seguir esas pautas. Nos preguntamos muchas veces por qué es tan difícil que los demás sigan nuestras órdenes y la respuesta quizá se deba a que ellos notan una incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Un hermano, pongámoslo así, puede ordenar a su menor que limpie su cuarto pero si éste nota que su mayor no da el ejemplo, pues simplemente, no obedecerá, y peor rebeldía provocará en el pequeño si su mayor se empeña en justificar su negligencia; esta misma dinámica sucede por desgracia entre padres e hijos, dentro de la pareja, entre amigos, etc.

Ante un error, la gente puede asumir una de dos actitudes: o acepta la responsabilidad de su descuido o culpa a otros por su error. Y es que es más fácil encontrar “culpables” que asumir la culpa. No, mejor no digamos culpables, llamemos responsables. Culpable se le dice a quien a cometido un delito, pero responsable es aquél que se encarga de propiciar un resultado.

Decíamos que es más fácil responsabilizar a otros de nuestros errores que asumir la responsabilidad nosotros mismos. Sólo que si rechazamos nuestra responsabilidad sobre algún fallo también estamos renunciando a la oportunidad de enmendarlo.

Los errores no deben ser motivo de vergüenza. Si alguien nos señala un error, lo peor que podríamos hacer es señalarle otro error como respuesta a su observación. Es más, aunque sea verdadera nuestra réplica, no es el momento para hacerla, ni es sensato responder con ella a quien nos da una oportunidad para crecer. Lo mejor que debe hacerse es asentir en silencio, con mucha educación y con mucha humildad que la otra persona tiene razón y que sería sabio esforzarse por no cometer la misma falta.

domingo, 17 de mayo de 2009

¿La Iglesia Católica es la Iglesia de Dios?

Exceptuando a los católicos conscientes e informados, los demás dudarían en responder con un sí. Algunos sugerirán “No puede ser la Iglesia de Dios porque ha cometido muchas atrocidades, ha provocado muchos escándalos y ha reprimido al mundo y a la sociedad de muchas maneras”

Entonces, habría que preguntarles ¿cuáles deben ser los signos que caracterizarían a la Iglesia de Dios?

Si esperan que sea una congregación de hombres justos e intachables, pues van a tener que seguir esperando. De hecho, el pueblo de Israel, escogido por Dios, no estaba compuesto por “santos”; sí, habían hombres que guardaban la ley de Dios en el corazón y que la practicaban, pero principalmente eran mayoría los que se olvidaban de observarla y llevar su vida según estos preceptos. Fíjense que a lo largo de la historia del pueblo de Dios hubieron falsos profetas, reyes seducidos por el pecado; e inclusive la gente del pueblo, que se supone debería reconocer sólo a Dios como Señor, faltaba a su alianza con Yavé y se corrompía en prácticas idólatras. Eso sí, cuando los pueblos enemigos amenazaban con atacar, todos volteaban la mirada e invocaban el nombre de su Salvador.

Veamos ahora algunos hombres de Dios que “fallaron” pero que Dios no tuvo problema en acoger cuando se arrepintieron. Sólo brevemente: Moisés proveyó de agua al pueblo de Dios luego de golpear una roca, sin embargo no devolvió el crédito a Dios; Dios, entonces, lo privó del derecho de entrar a la tierra prometida, pero le concedió la gracia de vivir para mirar la espalda de Dios Padre, fue el único humano que lo consiguió. El rey David, ungido por Dios, a través del profeta Samuel, a edad adulta se acostó con una mujer casada, y cuando se enteró que ésta esperaba un hijo suyo, propició las circunstancias para que su esposo muera en el enfrentamiento; a consecuencia de ello los problemas llegaron a su casa, sus hijos se mataban entre sí, murió un pequeño hijo suyo y Absalón, su hijo amado, pretendió suplantar al rey en el trono y se le rebeló, pero cayó muerto en el combate. David se dolió de esto y no volvió a pecar más. El rey Salomón, hijo de David, pidió sabiduría a Dios en sueños, y Dios le concedió no sólo sabiduría como nunca la tuvo otro, sino que lo enalteció con riquezas y gloria. Bien, este rey, muchos años después, se desvió de los caminos de Dios y siguió el culto de dioses paganos. Los apóstoles escogidos por el mismo Señor Jesucristo, no supieron qué responderle cuando les preguntó quién pensaban que era él. Sólo Pedro, porque se lo había revelado el Padre, le dijo “Eres el hijo de Dios, el Mesías” y el Señor le reveló “Tú eres Pedro, o sea piedra, y sobre ésta piedra edificaré mi Iglesia, y ni las fuerzas de Satanás podrán contra ella” Tengan presente que fue este mismo Pedro el que por poco se hunde en el mar a causa de su poca fe el que también negó a su señor cuando era procesado por el sanedrín. Fíjense asimismo que los demás apóstoles abandonaron a Jesús en el huerto de Getsemaní. Vean que Dios no toma en cuenta nuestra debilidad, nuestros pecados. A Dios no le importa cuantas veces caigamos sino cuantas veces nos levantemos. Porque el mismo lo dice “El espíritu es decidido, pero la carne débil”, y El que lo sabe ¿no va a tener misericordia de los que caen? En las escrituras El no ordena “No pequen”, sino sugiere “arrepiéntanse” y agrega “aunque sus pecados sean del color de la escarlata Yo los dejaré más blancos que la nieve”

Dios es amor y vino al mundo a salvar a los pecadores; así como también hay que resaltar que Satanás está en el mundo para perder a los que siguen a Dios. Claro ¿qué mejor que atacar al pastor para confundir a las ovejas? De ahí que los que decidan acercarse a Dios, y los que dediquen más tiempo a Dios, enfrenten a cada paso los asaltos del enemigo.

La compasión y el perdón de Dios son infinitos; si bien somos nosotros los que pagamos las consecuencias de nuestro pecado, si volvemos nuestra vista a Dios cualquiera que haya sido nuestra falta (aunque sea escandalosa como la escarlata) Dios nos premiará con dones más preciosos que los anteriores. Miren ¿quién era Pablo antes de ser el apóstol de los gentiles? ¿No persiguió acaso a los primeros cristianos? Pero Dios no consideró su pasado ni sus errores y lo hizo servir al evangelio como ninguno de los doce hubiera podido hacerlo.

La Iglesia Católica es la Iglesia de Dios, no por sus pastores corruptos o por sus fieles “tibios” que siempre van a haber, sino por aquellos que guardan y respetan la integridad de la doctrina, respetan a la Madre del Salvador, la Virgen María, y observan con celo los sacramentos de la Iglesia. La iglesia Católica llegó para la salvación del mundo entero y prevalecerá por los siglos de los siglos, y las fuerzas de Satanás no podrán contra ella.

lunes, 11 de mayo de 2009

Cómo conseguir confianza; cómo funciona la confianza

La confianza; hay muchas líneas que se han escrito acerca de este valor. Ha habido muchos pensadores, incontables escritores y diversos editores que han explicado a lo largo de la historia de la humanidad en qué consiste y cómo funciona esta manera de ver el mundo.

Yo por mi parte no la voy a definir, porque de eso ya se han encargado muchos antes que yo. Pero lo que sí voy a hacer es ahondar en cómo trabaja este valor.

Para cualquiera que se inicie en alguna actividad, digamos practicar artes marciales, jugar fútbol, jugar billar, aprender a tocar guitarra, manejar bicicleta, en fin; éste DEBE creer que lo va a conseguir. Y he aquí la primera traba. Alguien que comienza en la vida y que, por lo tanto, no ha conseguido grandes logros se amilana ante la legión monstruosa de dificultades que se le presentan en el camino.

Sus preceptores o profesores le indican el camino, le enseñan las medidas y los pasos para que consiga lo que anhela pero, dada su poca experiencia en la vida, sus miedos, la pereza, la impaciencia y el compararse con los demás hacen que vaya perdiendo la esperanza. De pronto siente que lo que hace no tiene sentido porque no ve resultados inmediatos.

Al respecto, amigo, yo te explico esto: tanto nuestra mente como nuestro organismo en general necesita tiempo para adaptarse a las nuevas experiencias, a la nueva información, a los nuevos hábitos para que los resultaos esperados comiencen a manifestarse. No pierdas la calma por lo tanto. Aparentemente nada sucede, ningún cambio se realiza. Eso es en el exterior. Si tuviéramos la oportunidad de ver nuestro interior notaríamos que, lentamente, se van produciendo cambios. Lentamente, recuérdalo bien. Por supuesto, mientras más tiempo le dediques a esa actividad que quieres dominar, más chances tendrás de dominarla en el menor tiempo posible.

Es como un ahorro en el banco. Depositas un monto a tu cuenta y al cabo de un tiempo obtienes intereses, pero hubieras conseguido más ganancias si, por ejemplo, hubieses depositado dos veces más; o imagina si hubieras depositado cinco veces más; ¿y qué tal diez veces más? ¿Lo ves? A mayor dedicación, mejores resultados.

La confianza va de la mano con el optimismo y la paciencia.

El optimismo es una manera de ver la vida. Un optimista confía que cualquier experiencia, sea agradable o no, puede redundar en beneficio de quien esté dispuesto a aprender de estas experiencias. Un optimista recoge lo positivo de la vida y no abandona su camino hacia el éxito.

El paciente por su parte se toma su tiempo para aprender con calma. No apura el proceso de aprendizaje. No se critica por no progresar tan rápido como quisiera porque sabe que es un ser único y como tal merece un tiempo para avanzar según sus propias posibilidades. Una persona paciente reconoce que si apura la realización de su obra esta corre el riesgo de salir inconclusa o no tan bien detallada como debe ser.

Dos trabas que podrían hacer perder la esperanza a cualquiera son la impaciencia y el pesimismo. Lo mejor que recomiendo es tomar las cosas con calma y confiar CIEGAMENTE en que tanto esfuerzo jamás va a caer en el vacío; que todo sacrificio no puede tener otro final más que la realización de ese sueño.

domingo, 10 de mayo de 2009

Más vale casarse que estár quemándose por dentro, Padre Alberto Cutié

En los últimos días un suceso de carácter controversial ha puesto en debate a muchos en el mundo: el caso del Padre Alberto Cutié.

Mucho se dice por ahí acerca del tema. Algunos propones que la Iglesia sea flexible, que se “modernice” y que permita a los sacerdotes casarse. Como si la idea del celibato fuera una ocurrencia de los sacerdotes. Si bien es cierto el celibato no estuvo estipulado desde siempre dentro de la doctrina de la Iglesia, si lo estuvo desde siempre en la Biblia.

En el libro de los Números, en el capítulo 6, habla de un voto especial que hacen los Nazireos, es decir judíos que desean servir de manera exclusiva a Dios. No pueden beber alcohol no se cortan el cabello y no se unen con nadie en matrimonio, mientras dure su voto de nazireato. Este voto lo hacen Sansón (Jueces 13, 5), Juan el Bautista (Lucas 1, 15), El Señor Jesucristo (Mateo 2, 23) y Pablo apóstol (Hechos 18, 18).

Este voto de servicio exclusivo a Dios es voluntario. Realmente la continencia es opcional, y no obligatoria, como podría pensarse. El apóstol Pablo mismo lo deja muy claro en su epístola a los Corintios. El, como emisario de Dios es consciente de la impaciencia que el sexo puede traer consigo: Pero no ignoren las exigencias del sexo; por eso, que cada hombre tenga su esposa y cada mujer su marido (Corintios 7, 2).

Está claro que nadie comete ninguna falta si se casa. Si no puede dominar sus urgencias del sexo, pues que se una en matrimonio. Pablo asegura que lo recomendable sería quedar al servicio exclusivo de Dios. Porque lo sabemos todos, un matrimonio trae consigo preocupaciones del mundo, problemas y malos entendidos que son naturales dentro de las relaciones de toda pareja: Si te casas no cometes pecado, y tampoco comete la joven que se casa. Pero la condición humana les traerá conflictos que yo no quisiera para ustedes (Corintios 7, 28), porque ¿Qué pareja no tiene problemas? Y con ello no quiero decir que dejen de amarse.

El Señor Jesucristo mismo se manifestó al respecto sobre aquellos que habían optado por la abstinencia sexual por causa del Reino de Dios. En un pasaje se ilustra ello. Los discípulos le dijeron: “Si esa es la condición del hombre que tiene mujer, es mejor no casarse.” Jesús les contestó “No todos pueden captar lo que acaban de decir, sino aquellos que han recibido ese don. Hay hombres que han nacidos incapacitados parta el sexo. Hay otros incapacitados, que fueron mutilados por los hombres. Hay otros todavía, que se hicieron tales por el Reino de los Cielos. ¡Entienda el que pueda!” (Mateo 19, 10-12).

El padre Alberto Cutié, en mi opinión ha asumido una actitud tonta; si se ha visto descubierto lo mejor que podía hacer era reconocer su error, y su falta al voto que había aceptado. Si no estaba desacuerdo con ello, ¿porqué lo asumió entonces? Sólo que ahora él quiere imponer un criterio suyo. Pretende que la Iglesia modifique su doctrina para favorecer a un grupo de religiosos confundidos que quieren llevar una doble vida, servir a Dios con la sotana pero manteniendo una mujer en la cama. Nadie lo hubiera criticado por abandonar el sacerdocio e iniciar una vida matrimonial; lo incorrecto en su caso fue que violara un voto que voluntariamente aceptó, y que ahora pretenda que el mundo piense como él.

Pero si las cosas están claras, él mismo lo declaró: peleó por contener sus impulsos, pero si no pudo mantenerse en ese estado lo más apropiado era renunciar al sacerdocio y casarse. Dios lo asegura: no hay malo en unirse a una mujer. Pero si no logran contenerse, que se casen, pues más vale casarse que estar quemándose por dentro. (Corintios 7, 9)

jueves, 7 de mayo de 2009

Comienza hoy

Quien espera tener todo a su favor para iniciar una obra se parece a aquel necio que, para cruzar un río, espera que termine de pasar toda el agua primero.

La incertidumbre nos hace dudar de nosotros mismos. Nos produce miedo. Y ello es normal. Cuando no sabemos cómo terminará alguna tentativa nuestra, pues, nos da temor. Hay quienes esperan, sin embargo, no sentir miedo para recién comenzar con un proyecto. Mala idea. Porque miedo siempre vamos a tener. Lo recomendable es hacer las cosas a pesar de nuestra incertidumbre, y el fracaso, en caso de que suceda, no debe intimidarnos si confiamos que esa caída trae consigo una enseñanza, una lección.

Están otros que posponen sus proyectos porque no tienen dinero, o porque afirman no tener la suficiente experiencia, o porque son muy jóvenes o porque son muy viejos. Tonterías, hermanos. Nunca es demasiado pronto ni tampoco es demasiado temprano para comenzar a correr tras nuestros sueños. Sin embargo, ya vemos, más pueden nuestros miedos que nuestras ganas de vivir, de ganar, de triunfar en el mundo y de demostrarles a todos que sí podemos. Preferimos fabricar excusas para aplazar nuestras metas en vez de buscar razones para comenzar a construirlas.

Son nuestras preocupaciones, el miedo a no quedar bien si fallamos, el temor a la vergüenza lo que nos disuade de iniciar una nueva vida, una vida llena de triunfos.

Entonces basta. Decidamos hoy que daremos batalla a la vida y a sus tinieblas de dudas. Nada está escrito, ni siquiera lo imposible. Decidamos que daremos cara a cualquier eventualidad que nos salga al encuentro. ¿Será fácil? No. Pero pensémoslo bien. No tendría sentido, y no valoraríamos nada en la vida, si lo consiguiéramos todo fácil, sin habernos costado nada ¿verdad? Pensemos más bien que las dificultades de la vida son como el tamiz que separa los granos buenos de la escoria. Escojamos entonces: ser como granos que fecundan y mejoran el suelo en que nacen o ser como la escoria que no sirve, y sólo ocupa espacio y se debe arrojar al fuego.

Tenemos una vida tan corta, y tenemos tantas metas en mente, tantos proyectos que esperan ser realizados, que vivir atarantados de temor o paralizados por la duda es una terrible pérdida de tiempo.

Ánimo, hermanos, el mundo tiene la única oportunidad de contar con alguien como nosotros. No lo decepcionemos, no le hagamos esperar mucho.

lunes, 4 de mayo de 2009

Dios nos ama

Dios nos ama. El tiene en su mano un puñado de gracias que desea derramar sobre quienes lo acepten en su vida. El carga en sus brazos bendiciones que espera regalar a todo aquel que lo escoja como su señor, su Dios. Es un Señor poderoso, lento a la cólera y rico en misericordia. Prueba de su gran poder es que nada ocurre en el mundo, ni una hoja de un árbol cae, ni un cabello de nuestras cabezas se quiebra si él no lo permite. Sin embargo, no se vale de aquella omnipotencia para atraer a nadie sino que, con paciencia infinita, espera que el hombre lo llame y lo haga entrar en su corazón.

Dios es paciente con sus hijos. Es un buen padre. Hay momentos en que pareciera que porque quedamos impunes no sabe de lo que hacemos. Nada de eso. El lo ve todo: nuestros actos atroces, nuestra conciencia corrompida, nuestra alma enferma por nuestras debilidades. Nos conoce a fondo y sabe que vamos destruidos por dentro aunque nuestro radiante aspecto aparente lo contrario. Sabe de nuestros sufrimientos callados y por ello no toma represalia inmediata contra nuestra alma. El, como buen médico, quiere combatir la enfermedad espiritual y no al enfermo. Como padre paciente, espera con fe que cambiemos de vida, y que regresemos a sus brazos, a los brazos del padre.

El amor de Dios es infinito. El espera con paciencia, nos contempla en silencio, ve nuestros tropiezos y si no nos socorre en nuestras desgracias es porque nosotros no lo llamamos. Tan respetuoso es de la libertad del hombre que no abusa de su poder para irrumpir en la vida de nadie, pero aguarda incansablemente a que alguien se anime a invitarlo para que lo asista.

El está en la puerta de nuestros corazones esperando. Si le abrimos, entrará y vivirá con nosotros. El quiere que seamos felices. El nos desea una existencia libre de debilidades, de miedos, libre de preocupaciones por las incertidumbres del mañana, pero es el hombre, que obstinado, renuncia a todos estos tesoros y corres tras su perdición, tras sus vicios y pasiones.

viernes, 27 de febrero de 2009

No importa lo que suceda sino cómo lo afrontamos

Es interesante el papel de sufridos que nos gusta representar. Si caemos ante un problema lo más lógico sería levantarnos y seguir adelante. Pero lo que sucede muchas veces es que disfrutamos reabriendo la herida y gozarnos con el dolor que nos produce. No contentos con eso, buscamos producir lástima en quienes nos rodean para que los demás “sufran con nosotros”; menuda pérdida de tiempo.

Si fallamos ante cualquier situación en la vida: muy sencillo, identificamos el error, aprendemos del dolor y procuramos no cometer ese mismo error la próxima vez. Sin embargo lo que vemos con frecuencia y, tristemente, lo que hacemos es empecinarnos en reavivar la pena como si ello nos conviniera de verdad.

La vida es tan corta que perder sus contados minutos en quejarse, en maldecir, en criticar o abrigar resentimientos contra los demás es una estúpida pérdida de tiempo. Nada ganamos empecinándonos en sufrir por dolores pasados. Llorando, nadie revive a su muerto.

Que perdamos el tiempo “llorando por leche derramada es una cosa”. Hay que ver, hoy en día, el gran negocio en que hacer sufrir una y otra vez se ha convertido. De todos los dolores en la vida los más complicados son los del corazón, que por estos tiempos la bendita cumbia viene explotando. Da risa. Hay para “todos los corazones”:

1.- Para los resentidos: “Ojalá que te mueras”…de los hermanos Yaipen

“Ojala que te mueras
Que todo tu mundo se quede vacío
Ojala que cada gota de llanto
Te queme hasta el alma
Ojala que no encuentres la calma
Ojala que te mueras…”

2.- Para los que han sufrido: “Ya me alejé del amor”…del grupo cinco

“Si solo he de quedar solo me quedare
del amor y sus amores ya los viví ya los probé
del balance final a la conclusión llegue
de todos mis amores poco reí mucho llore”

…Sólo por poner un pequeño ejemplo aunque las evidencias son más. Cholo lindo y sufrido, papá, si tienes una pena, sea cual sea su causa, olvídate de tu pasado, varommmm, nada logras gastándote con llantos. Y aquí me pongo literato: Gabriel garcía Márquez dijo alguna vez “Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien se las merezca no te hará llorar.” De verdad me llama la atención que quien tenga una pena no luche por liberarse de ella sino más bien se empeñe en hacer la más dolorosa y de ser posible hacer que la gente sufra con uno.

De cien personas a las que recurran estas "víctimas" con sus problemas sólo uno lo compadecerá los demás lo van a repudiar porque su actitud perdedora, suplicante y necesitada no es nada bonita para compartir. Quienes se tracen metas grandes en la vida saben que el tiempo es valioso y no se puede perder en lamentaciones, pesares y demás taras. El dolor es innegable. Pedirle a cualquiera que no sufra es irracional. No somos de palo ni de piedra, pero lo que sí es reprochable es abandonarse y adoptar el papel de víctima con quien la vida ha sido injusta. Si hemos caído en la vida es a causa de un error. La clave, entonces, es no volver a cometerlo en el futuro.

¡Plañideros, fuera de este suelo; nuestro país necesita guerreros que no teman sobreponerse a las batallas!

viernes, 9 de enero de 2009

Felicidad en darse y no en tener

Un error que cometemos la mayoría es no valorar la vida por lo que significa: vivir. Nos han enseñado que para ser felices se necesita dinero, compañía, pareja o reconocimiento y admiración de los demás. Todo eso, sin embargo, es frivolidad. La alegría depende de cada uno; la felicidad resulta no de lo que nos suceda, aunque resulte adverso, o lo que poseamos, aunque no tengamos abundancia, sino de cómo asumamos esa realidad.

Nuestra vida es un paseo breve por este mundo. Por lo tanto es inútil desperdiciarla en quejas o lamentaciones. Si mantenemos nuestra mente dispuesta a aprovechar, inclusive, las enseñanzas de nuestros errores, entonces vale la pena equivocarse. Debemos optar por ver el lado positivo de las cosas. Esta decisión sólo la podemos tomar nosotros. De ahí que siempre se diga que nuestra felicidad está en nuestras manos.

Hay limitaciones que nos presenta el mundo, eso nadie lo niega. Que no tenemos trabajo, que la gente no colabora o nos tratan mal, que los problemas familiares nos afectan. Es inevitable, pero no por ello inmodificable. Muchos hemos adquirido la mala costumbre de vivir para quejarnos en vez de tomar acción ante cada problema. Si empleáramos nuestro tiempo en buscar soluciones en vez de maldecir o desesperarnos descubriríamos con asombro que no eran tan terribles los problemas que nos aquejaban. Incluso si no existiera una solución a nuestras preocupaciones, ¿qué sacaríamos ofuscándonos? Cuando ello nos suceda, no queda otra que aceptar lo inevitable. Así nos ahorraremos disgustos en vano.

Pero aunque el mundo nos ponga infinidad de trabas somos nosotros mismos los que saboteamos nuestro progreso. Nuestros miedos, traumas del pasado, desconfianza en la gente y, lo que es peor, desconfianza en nosotros mismos atentan contra la felicidad que estamos destinados a disfrutar. Muchas veces no resultan ser los otros sino nosotros mismos los que hacemos insoportable la convivencia en familia, en sociedad o en el trabajo. Engañados por nuestros complejos, nos declaramos víctimas cuando, sin saberlo, nos hemos convertido en agresores. Si nos abriéramos a la gente todos los días, si hiciéramos a un lado nuestros temores, sabríamos que la vida no es un terreno adverso y que más bien la mayoría se encuentra ansiosa por conocernos y declararse amigos nuestros.

Finalmente, el hombre se siente limitado por su realidad en contraste con el mundo de fantasía que le ofrece el cine o la televisión. Se nos ha adoctrinado que para ser felices debemos ostentar tal aparato, lucir tal marca de ropa, tener dinero para derrochar o asistir a reuniones exclusivas. Pura vanidad, mera frivolidad.

Deseando mucho el hombre se frustra. Vive engañado porque confía en que su felicidad depende del exterior. Si supiera que no necesita grandezas del mundo para sentirse pleno, haría a un lado sus carencias y disfrutaría de lo que tiene: su vida. Necio él; malversa su tiempo en lamentarse por lo que le falta, pero no agradece por lo que le fue dado. Y por ello muchos no somos conscientes de lo que tenemos: inteligencia, salud, sueños y metas, una casa, seguridad, paz, conciencia tranquila. Pero creyéndonos desdichados lo abandonamos todo por correr tras un espejismo.

El placer y la alegría del mundo son pasajeros e inestables porque cada vez se necesita mayores cantidades para que mantenga su calidad de placentero. El sexo, las drogas o el dinero son exponentes vocingleros de lo que se ha descrito. Encontramos gusto en su disfrute, por un breve tiempo, para caer en la cuenta de que no es suficiente. Y caemos en la angustia, en el desequilibrio de la necesidad. Posiblemente podemos obtener más, y lo vamos a disfrutar, pero nuevamente tropezaremos con la desoladora realidad de la insatisfacción: queremos más.

El mundo no es como nos lo pintan, nosotros podemos crear nuestra realidad con nuestras actitudes. No necesitamos de nadie para ser felices. La felicidad no es una meta es un camino. Y se encuentra más dicha en compartir, aunque se tenga poco, sin esperar lo mismo de la gente que en desear el mundo para uno solo.