lunes, 22 de diciembre de 2008

La realización humana reside en perseguir metas antes que en las metas mismas

Todo aquél que ha decidido el rumbo que va a darle a su vida y que no se cansa de luchar por conseguir sus metas, tiene la mitad de la felicidad asegurada. Pero incluso en el caso de que no logre realizar sus sueños, la aventura de haber invertido su existencia en la persecución de sus ideales ya se considera merecida recompensa a tanto esfuerzo y dedicación.

El hombre encuentra realización en el oficio de enfrentar desafíos. El hombre es un ser nacido para el trabajo y la autosuperación. O sea, aquellos que pierden su vida en lamentaciones o en conformarse están condenados a soportar una triste existencia de anonimato, remordimientos y de potencial propio nunca aprovechado.

Nuestro cuerpo es trasunto vivo de lo que aquí les anuncio: todo lo que no se usa se pierde, el conocimiento no empleado se olvida, así como los músculos que no se ejercitan se atrofian.

Cada uno de nosotros tiene un genio interior, sólo depende de nuestra voluntad y decisión despertarlo. Dicen los sabios que nuestro miedo más grande es saber lo poderosos que podemos ser. Tememos explotar y aprovechar ese potencial infinito que reside en nuestro cuerpo. Se sabe que el hombre promedio sólo emplea el 15% de su capacidad cerebral. Si usáramos el 20% seríamos genios; y con el 25%, héroes. Entonces ¡cuánta capacidad se desperdicia! ¡Cuántos sueños se truncan porque a algunos los domina el miedo y no se lanzan a realizarse en la vida!

Nuestro organismo está construído para ser aprovechado en todas sus formas posibles. Depende sólo de nuestra decisión empezar ahora. No perdamos tiempo mirando al pasado, a lo que pudimos haber hecho, o lo que pudimos no haber dicho. Es inútil: todo ello está perdido, pero nos queda el presente y de cómo vivamos nuestro presente depende cómo vaya a ser nuestro futuro.

El hombre encuentra realización en el arte de soñar y vivir la diaria construcción de esos sueños. No temamos soñar grande. Nuestro cuerpo está preparado para perseguir cualquier meta. No hay nada en el mundo que otros hayan logrado que nosotros no podamos conseguir, si otros han podido nosotros también podremos.

Y una vez que hayamos conseguido nuestro sueño, no perdamos mucho tiempo, tracémonos uno más grande aún. Nuestra vida encuentra sentido desafiando retos. No cometamos, entonces, la necedad de dormirnos en nuestros laureles. No pensemos que hemos llegado al límite de nuestras capacidades. No se nos ocurra que nos puede hacer mal si trabajamos mucho. Nuestro organismo es ilimitado.

Aún si se diera el caso de que no conseguimos nuestros sueños, si dimos todo de nosotros por alcanzarlos, nada tenemos que lamentar, porque no dependió de nosotros, quizá algún imprevisto impidió que coronáramos de realización nuestro esfuerzo. Si eso pasara, situación muy infrecuente en la vida del hombre, nos queda para orgullo nuestro todo lo que hemos vivido. Todo nuestra entrega, toda nuestra devoción. Solo así, de nada podremos pesarnos ante el umbral de la muerte.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

¿Qué aprendí hoy?

Antes de compartir con ustedes mi artículo de hoy quiero advertirles que como voy a escribir más seguido, acerca de lo que sea, a fin de ejercitar mi pluma, quizá mis escritos no resulten tan elaborados; es más habrán momentos en que escribiré por el mero hecho de escribir, como un simple desahogo contra la inactividad. Bueno ahora sí… acerca de lo aprendí hoy.

Hace semanas que se viene posponiendo mi exposición final de mercadotecnia avanzada, que, sea de paso, tiene la validez de prácticas escritas, examen parcial y examen final... Algo que no es usual en mí, me preocupé por hacer una buena presentación… cómo no, si se trataba de la única nota con que podría salvar el curso.

Sin embargo, al término de tantos aplazamientos, cuando me llegó la hora de hablar, el profesor no prestó atención a quienes estaban en su delante. Mis palabras y sacrificio, asimismo, pasaron inadvertidas por mis compañeros de clase. ¡Tanta dedicación para nada! Casi al término de la ponencia, el profesor atinó a hojear mi trabajo, y con la misma indiferencia de quien está perdiendo el tiempo, cerró el folder y lo entregó a la delegada. Fin.

A media mañana acudí a una entrevista de trabajo. El impase con el malcriado del profesor lo pasé por alto. No iba a amargarme la mañana con una simpleza como aquella, así que rapidito nomás salí para mi cita.

En el anuncio del periódico se ofrecía por aquel trabajo una suma nada despreciable, que en épocas de fiesta cae a uno a pelo… pero los requerimientos de los horarios junto con el recuerdo de que tengo que llevar cursos en verano echaron por tierra mis ilusiones. Los horarios se iban a cruzar. O sea que tenía que escoger entre ganar plata en el verano o adelantarme en mis estudios. Gran disyuntiva ¿no les parece? Particularmente no tendría ningún problema en llevar dedicarme a ganar dinero en verano, pero salta al frente mi desesperación de deshacerme ya de la carrera, pero si no tengo plata voy a quedarme enclaustrado en mi casa y depender de las propinas de mis padres, que con los problemas que atravesamos y a causa de mi edad se han venido reduciendo considerablemente. ¡Gran problema!... ¡Soy un mantenido!... ¡El tiempo pasa y sigo sin ocuparme en alguna chamba!... una opción sería ejercer mi carrera, pero resultó no ser mi vocación… no la veo como una opción para sostenerme...

Ante estas circunstancias lo mejor es no preocuparse… ¡en serio!... ¡no importa cuán grande sea un problema… siempre tiene solución!... y es en momentos críticos cuando las personas sacamos lo mejor de nosotros.

¿Qué aprendí hoy? A guardar la calma ante cualquier resultado que la vida nos presente. No importa cuanto nos sacrifiquemos. Si bien no tenemos asegurado el éxito al primer intento, sí nos quedará la satisfacción de haber dado lo mejor de nosotros, y tendremos la conciencia tranquila, aunque la gente termine no valorando nuestro esfuerzo.

lunes, 8 de diciembre de 2008

¿Luchar con la vida?

Desde pequeños nos han enseñado que vivir se asemeja al acto de luchar; “la vida es una lucha constante”, nos advierten los mayores. Y aparentemente “luchar” sería la palabra que mejor defina al oficio de vivir, porque en la vida al igual que en la lucha se requiere dedicación, esfuerzo y arrojo.

Sin embargo “luchar” encierra connotaciones negativas. La idea de luchar, por ejemplo, implica competir y eliminar “oponentes” para que nosotros podamos vencer. Si consideramos a la vida como una batalla, el fracaso será para nosotros un trauma, un motivo para decepcionarnos en vez de una experiencia que nos edifique. No consideramos otra posibilidad que no sea la victoria, y la sola idea del error nos frustra, nos tensa.

Personalmente prefiero comparar a la vida con un juego. Esa palabra mágica encierra humor, diversión y optimismo. Jugando con la vida necesitamos estar en convivencia con los demás y el hecho de fallar no nos asusta, ¡porque estamos en un juego! Si perdemos, tenemos la posibilidad de jugarlo de nuevo, cuando queramos.

Por supuesto, habrá quienes argumenten que jugar con la vida conllevaría a tomar las cosas a la ligera. ¡NO! No es así. Porque incluso los juegos tienen reglas y todos los que se involucran están sujetos a ellas. Y nadie puede quebrar las reglas.

Está de más decirlo: al principio será difícil jugar, como en todo juego. Pero aprendiendo de los que tienen más experiencia que nosotros, y divirtiéndonos en el proceso, a pesar a nuestros errores, tanta dedicación será recompensada. Hasta que algún día nos toque a nosotros compartir nuestra experiencia con quienes recién se inicien.

El arte de confiar que nuestros errores o fracasos no son trabas ni agujeros que nos impiden avanzar sino peldaños sobre los que pisamos para alcanzar nuestras metas nos hará fuertes para vencer los obstáculos que siempre se nos pongan enfrente. Depende entonces de la actitud, y las palabras con que enfoquemos la realidad. Después de todo esto ¿sigues pensando que la vida es una lucha?

sábado, 18 de octubre de 2008

Sobre el difícil oficio de escribir

No cabe duda: escribir bien exige del escritor más que una terquedad de burro para continuar sin desanimarse. Escribir nada más es fácil. Pero escribir bien es otro asunto.

Tanto los principiantes como los experimentados atraviesan por crisis al momento de cumplir con su oficio. Los desolados primerizos padecen, por ejemplo, la torpeza de realizar algo completamente nuevo mientras que nuestros colegas veteranos se deben cuidar de algún declive en su estilo, porque, justamente, por ser seguidos al milímetro por sus lectores, algún descuido accidental resultaría imperdonable a la hora de las críticas.

Escribir bien demanda paciencia para no dejarse abatir por el desconsuelo. Fuerza y confianza en uno mismo para empezar de nuevo la obra despreciada. No se crea que basta únicamente con buena voluntad. Buena voluntad la tenemos todos. Hace falta decisión para hacer lo que sea necesario hacerse hasta ver coronados de triunfos nuestros esfuerzos.

La satisfacción de haber sido fieles a nosotros es la mejor recompensa que podemos recibir. No hay mayor gozo que llegar al término de una jornada y saber que hemos cumplido con nuestro deber: un deber que nosotros mismos hemos decidido emprender, el de compartir con el mundo entero nuestro propio mundo de palabras y letras.

Les quiero comunicar que he decidido hacer algunas modificaciones. De ahora en adelante a este blog lo dedicaré a artículos de diversos temas: política, futbol, literatura o de opinión. De modo que tejí otro blog exclusivamente para mi producción literaria.

Mi blog alterno es: pablorubirosa.blogspot.com

miércoles, 20 de agosto de 2008

Engaña y dividirás

Habían nacido dos becerros de la misma vaca. Ni bien hubieron pisado el mundo, ambos mugieron enérgicamente, como haciéndose conocer de buena gana.

Desafortunadamente no tardaron en ser separados. Uno se quedó donde había nacido, con los campesinos, bajo las estrellas y junto al sol. Mientras tanto, el otro fue llevado a la ciudad por unos señores tan serios como apurados. Vestían de etiqueta. Daba la impresión que aquellos hombres se interesaban más en regatear el precio que en adquirir al animal.

Así, ambos hermanos no supieron del otro desde entonces.

Muchos años después, sin embargo, las circunstancias los unieron en un ruedo.

Por aquellos tiempos los diarios anunciaban la invención de maquinas inteligentes de arado que trabajaban por sí solas; así también se publicaba el descubrimiento de carne a base de plantas, que aseguraba el gusto por la ingeniería en los niños que la ingieran. Con todo ello, se vieron innecesarios los bueyes y las vacas.

Al Presidente de la República se le ocurrió, entonces, construir una plaza de toros.
Allí se celebrarían, para deleite de quienes pudieran pagar, enfrentamientos entre los rumiantes. Precisamente allí habían sido conducidos los hermanos. Pero no podían reconocerse. Y ambos no pensaban más que en eliminar a su oponente.

Ya llevaban mucho tiempo luchando. Y ya estaban sangrando, pero al público parecía no importarle. Estaban tan entretenidos calculando los beneficios que sus inversiones les redituarían; así como pensando en qué podían volverlos a invertir, que no tenían tiempo para interesarse en los dolores de quienes los habían alimentado con su carne a ellos y a sus hijos.

Finalmente, de manera inesperada, y para complacencia de la concurrencia, ambos se desplomaron sobre el ruedo, con sus cuernos clavados en el cuerpo del hermano.

Asimismo, hombres peruanos, hace dos décadas, hermanos contra hermanos nos vimos enfrentados. No nos habían puesto más objetivo que eliminar al otro para sobrevivir nosotros. La población peruana fue enrolada en una lucha irracional fomentada por los poderosos. Mientras nos liquidábamos, otros nos contemplaban a distancia.
Por un lado, las fuerzas armadas, enardecidas y adoctrinadas en la constitución, salían a someter a quienes atenten contra la integridad y la democracia de la patria. Por otro lado, los campesinos, testigos y sobrevivientes de un centralismo indiferente veían en sus hermanos uniformados a un peñasco que les impedía conseguir justicia; un peñasco del que sólo se desharían desabarrancándolo.

sábado, 16 de agosto de 2008

Error y amarguras

Su madre se lo había advertido: “Cuídate de hacer el mal o te vas a pesar por ello”.

Era domingo, aún muy temprano, pero Pablo Viera, como un condenado esperando su ejecución, no pudo conciliar el sueño en toda la noche. Fueron las horas más angustiantes de su vida.

Aunque no tenía siquiera treinta años, los estragos de una vida agitada y concupiscente ya enturbiaban su semblante. Parado frente al espejo del baño, contemplaba, asqueado, la degeneración que su reflejo le devolvía. La vigilia de preocupaciones le había amargado el ánimo. Se encontraba en un lío. Y no había más responsable que él, lo admitía.

Sucede que hace cuatro meses que se estaba acostando con Celeste Montalván, una cuarentona desposada con un matarife tan suspicaz como inescrupuloso. Vendía fruta en el mercado para ayudar a solventar los gastos domésticos. Su marido, un diabético cincuentón y cascarrabias, hace tiempo que no le cumplía como hombre. Su régimen de trabajo le permitía permanecer tres días con la esposa para luego viajar a provincia y no regresar hasta la siguiente semana. Por ello, consciente de la deslumbrante vigencia de su mujer, tuvo muy presente resguardarla de los buitres en su ausencia, y qué mejor que encomendarla a sus hermanos, pues en la vida se le iba a ocurrir que eran ellos los primeros en intentar “adornarlo”.

Un día que Lorenzo Alvarado, el marido de Celeste, se encontraba en casa tratando de componer una radio, sin querer, produjo un cortocircuito. Entonces llamó a un electricista. Ya que no tenía cómo pagarle, acordaron que se quedara a almorzar en casa. Al término de la comida, Celeste había quedado fascinada. Aquella calculada indiferencia a la que se vio sometida durante la conversación hizo renacer en ella el sentido del desafío. Ya se retiraba el menestral cuando Lorenzo le pidió a su mujer que lo acompañe a la puerta. “No nos ha dicho su nombre” lo tentó camino a la salida. “Pablo, Pablo viera” respondió él. “Bueno, Pablo, ya conoce la casa” le susurró ella.

Su madre lo había visto salir de aquel lugar. Conocía de sobra la sumisión que aquella mujer ejercía sobre los hombres. Aunque no sospechaba de su hijo, la inquietud empañó su corazón. “Esa mujer puede ser hermosa, pero sus pasos corren a la perdición. Se te puede insinuar, pero recuerda que es casada”. Siempre sucedía así. Cuando Pablo tenía un embrollo en mente, su madre, al verlo tan ensimismado, le alcanzaba alguna anécdota que a veces lo disuadía de sus tentativas. Era como si le leyera la mente. Ese fenómeno sólo podía explicarse como una manifestación del Espíritu Santo presente en su madre.

Aprovechando la ausencia del marido. Pablo acudía a la casa para inspeccionar las instalaciones y no salía hasta muy entrada la noche. Tantas visitas despertaban la envidia de los vecinos y la indignación de las señoras.

Para cuando se dieron cuenta, los amantes estaban en boca de todo mundo. Mal pagarían su travesura. Cuando Lorenzo se enteró de la traición, canceló sus compromisos con una empresa prometedora y tomó el primer bus de regreso. Tenía pensado desamparar a la felona en un divorcio devastador. En cuanto al atrevido, no veía mejor castigo que un duelo de navajas.

Pablo no calculó la envergadura de las consecuencias que su insolencia le acarrearía. Su madre lo había prevenido de enrolarse con mujeres casadas. Como si no fuera suficiente con su arrepentimiento, recibió una llamada que terminó por desconcertarlo. Era el marido burlado: “Quiero que estés listo, porque cuando llegue te voy a matar”.

No pudo dormir en toda la noche. El tormento de escalofríos lo llevaron a reflexionar sobre su situación antes de acostarse con su vecina. Había llevado su vida sin preocupaciones: sin emociones, pero tranquila después de todo. Por darse aires de Don Juan iba a perder el pellejo. Si hubiera escuchado a su madre, no estaría degustando aquel cáliz amargo. En momentos como estos se le antojaba creer que las madres siempre tienen la razón.

viernes, 1 de agosto de 2008

Si Dios existe… ¿Por qué se permite la injusticia en el mundo?



“El que está arriba es un sádico que se goza viendo cómo sufre el hombre.”
Al Pacino en El abogado del Diablo.

¿Cómo Dios puede dejar impune tanta maldad? La respuesta es: Porque Dios ama a la humanidad. Si: Dios tarda en castigar a los malos porque espera, con paciencia infinita, con amor de Padre, que el hombre se de cuenta de su error y pida perdón. Y Dios, que no alberga rencor en su corazón, concede perdón a todo aquel que se lo pida.

Puede ser difícil de creer esto, lo sé. Yo les propongo el siguiente caso: Un rey tenía dos sirvientes, que por deudas iban a ser ejecutados. Uno le debía cien talentos; el otro quinientos talentos. Pero a ambos los absuelve. ¿Quién le estará más agradecido a su rey? Aquel a quien le perdonó más. Jesucristo proclamaba: “Aquel a quien se le perdone más, más ama.” Lo mismo sucede con el Hombre: ese que en un primer momento abusaba de su prójimo, cuando abra los ojos, y se de cuenta de su falta, su pesar lo hará desistir de sus errores. Entonces otro santo habrá nacido.

Sólo quienes se han equivocado demasiado, saben que la naturaleza del hombre tiende al error. Nadie. Nadie es lo suficientemente justo como para juzgar a su hermano. Y ese es otro defecto que tenemos. Nos gusta exigir el castigo para los demás porque creemos que nosotros somos inocentes. No seremos criminales ni corruptos. Pero lastimamos, mentimos, ilusionamos, engañamos o nos aprovechamos de cuantos podemos. Sin embargo afirmamos que somos inocentes. Habría que ponerse a meditar a cuántas personas hemos hecho daño, de lo contrario siempre creeremos que los demás sí merecen una pena, y nosotros no.

Por otro lado aquellos que en el pasado hicieron mucho mal, reconocen que son nadie para condenar a quienes caen ahora. Aceptan con paciencia que si lastimaron, nada pueden reclamar a quienes los lastimaran. No acogen venganza en su corazón sino pena por sus malhechores.

La triste realidad es que el Hombre no sabe perdonar. Si alguien lo ofende, exige inmediato desagravio, al precio que sea. Dios por el contrario, que es consciente de las imperfecciones del hombre, no cede a la ira, sino lo mira con amor, por que sabe que esa persona vive en error, vive engañado. El hombre malo antes de perder a los otros, se pierde a sí mismo. Y Dios, como Buen Padre, está a la espera de nuestro regreso a su lado. Y no nos jala hacia él, sino que espera nuestra voluntad, aunque le tome cien años.

¿Qué sería del hombre si Dios sancionara nuestras atrocidades o crímenes de inmediato? ¿Qué pasaría si Dios cediera a la ira inmediata y no nos diera chance de rectificar nuestros caminos? ¿Realmente el hombre tiene derecho a juzgar a los demás? ¿Realmente el hombre es tan inocente como cree?

sábado, 19 de julio de 2008

CLAUDIA

Era inevitable. Claudia Alvarado sentía perder el control de sí misma cada vez que pasaba Fernando Larrañaga. Estudiaban en el mismo salón, pero él no le había hablado jamás. Si bien ella veía cruel e injusta la indiferencia con que la trataba, encontraba, por otra parte, en aquel desinterés, su más desafiante atractivo. La frustraba el hecho de saberse codiciada por todos los hombres de la promoción, pero dejada de lado por aquel en quien se interesaba.

Gabriel Asto, por su parte, no dejaba pasar ni un día sin pensar en Claudia. Vivían en la misma calle; se conocieron cuando eran niños, y habían sido compañeros de salón desde primaria. Desconocedora de lo que él sentía hacia ella, Claudia no era, pero no se había permitido verlo más que como amigo para no estropear con una relación su amistad.

Julia, la madre de Gabriel, estaba también al tanto del amor no correspondido de su hijo. Por momentos se conmiseraba de su desdicha. Y muchas veces había tratado de disuadirlo de su idilio. Sin embargo, desoyendo las sugerencias de su madre, Gabriel confiaba que, tarde o temprano, Claudia sucumbiría a los encantos de su apasionada perseverancia.

Claudia no negaba que determinación y paciencia fueran atributos ajenos a Gabriel. Disfrutaba estando a su lado. Le gustaba que la hiciera reír. Exudaba confianza en sí mismo y ello la había reconfortado en muchas ocasiones. Pero ni en lo más remoto de su corazón se le ocurriría pensar que aquella seguridad podría convertirse en amor. No era la esquelética presencia de Gabriel lo que la desalentaba, ni su aspecto de abandono de gato techero lo que le impedía aceptarlo; sólo que en ese momento su pasión desmedida por Fernando Larrañaga no le hacía considerar más pretendientes que él.

Una tarde, en una reunión de amigas, le revelaron a Claudia sobre el interés de Fernando, solo que él no sabía cómo acercársele. Fueron las amigas las encargadas de orquestar el encuentro. Acordaron que aquel día que Fernando acompañaría a Claudia a su casa, ellas se encargarían de entretener a Gabriel. Pero, a la hora de la verdad, Fernando sufrió un acceso de timidez, y a último minuto decidió que mejor la acompañaba otro día. Cuando Claudia salía del colegio, era Gabriel quien la esperaba sonriente en la puerta. Se había enterado del ardid por la mañana, había burlado la vigilancia de las amigas, y había ayudado a escapar a Fernando. “No te preocupes, hermano: siempre pasa; para otro día será”, lo había alentado mientras lo palmeaba en el hombro. Claudia, por su parte, tomó la indisposición como un comprensible contratiempo de último momento, no como falta de decisión.

Se arreglaron otros encuentros. A todos declinaba Fernando a último momento. Y siempre estaba allí Gabriel para ayudarlo a salir. La verdad era que tantos contratiempos de último minuto a Claudia ya le parecían sospechosos. Después de tanto esperar, resolvió que Fernando Larrañaga había sido sólo una ridícula fantasía en su vida. La idealización con que lo había exaltado se desmoronó por la pusilanimidad que él demostraba. Terminó por desalojarlo sin drama de su corazón.

Para la inauguración de los juegos florales se decidió que un alumno de la promoción saliente apertura el evento con un poema. Ante la sorpresa de todos, Gabriel se ofreció voluntario. Le recordaron que asistiría el mismo alcalde, y que cualquier error sería sancionado por el director en persona. Sereno, Gabriel reafirmó su decisión al profesor, ante las miradas de asombro y el murmullo de los celosos.

A pedido de los profesores, le pidieron también que inicie la ceremonia con un discurso de bienvenida al alcalde. El día del evento, bajo el esplendor del mediodía, todo el colegio se apagó en un silencio de estupor, porque no esperaban que aquel sapo alargado exhalara tanto dominio de escena como autoridad sobre las masas. Casi terminaba de declamar sus versos altisonantes, cuando Claudia comprendió que era él a quien ella deseaba. Sonreía extasiada, porque la sedujeron la distinción y la fuerza con que él hablaba.

martes, 27 de mayo de 2008

Aunque no sea conmigo

Cuando Gonzalo Mayma la vio acercarse, sintió en los muslos un desvanecimiento helado, un imprevisto ataque de vacilación; cuando oyó cerca de sí la resonancia de sus tacos, su vientre se rebeló en un calambre inoportuno; cuando ella hubo pasado, no pudo más que aceptar otra íntima derrota y recriminarse su cobardía. Había vivido nuevamente la desoladora parálisis del miedo.

Siempre que veía a Luisa venir, abandonaba lo que estuviera haciendo en el taller de su padre para pararse junto a la entrada. Tenía en mente hablarle. Pero no tenía la más remota idea de qué podría decirle. Quería que fuese algo creativo, divertido; audaz, aunque no agresivo. Sin embargo, mientras más buscaba, más confundido se encontraba. Parado bajo el dintel del taller, con el corazón estallándole de ansiedad y desoyendo los llamados de su padre, Gonzalo la esperaba con la excusa apropiada, pero al último minuto, lo atacaba la duda y la inseguridad echaba por tierra cualquier argumento valedero. Entonces el pánico lo soldaba en su sitio mientras ella terminaba de pasar, y su padre, rezongándolo, le ordenaba que regrese a trabajar.

Luisa había llegado al barrio un Sábado de Gloria por la mañana. Ni bien la vieron, los muchachos de la calle estuvieron de acuerdo que era innecesario asistir a misa ese día si tenían al paraíso frente a ellos. Desde el primer momento que llegó, hizo sentir su poder sobre los hombres. Decidía quienes iban a las fiestas con ella; determinaba quién no iba a las fiestas; disponía del tiempo que permanecerían allá. A donde quiera que fuera, una jauría devota y solícita le seguía los pasos. Bastaba con una palabra suya para que algún desatinado fuera echado del grupo.

Gonzalo no se atrevía acercársele. Su padre ya lo había disuadido muchas veces por si acaso: ¡ella jamás se fijaría en el hijo de un carpintero! Entonces, con el mundo en su contra, regresaba a trabajar, olvidándola para siempre. Así pasaron dos años. Luisa continuaba ejerciendo su autoridad, y los muchachos obedeciendo sin objetar. Pero de pronto, Gonzalo notaba en ella cierto contoneo inusual en su andar cuando pasaba junto a él. Incluso le pareció que el ruido de sus tacos se volvía voluntariamente evidente cuando pasaba junto a la ventana del taller. Una tarde, absorto, mientras terminaba de cepillar una mesa, levantó los ojos y casi se rebana un dedo con el cepillo cuando presenció cómo ella bajaba la miraba con un mohín de quien fue pillada en una travesura. No se lo contaron a nadie, pero lo que descubrieron por casualidad, se volvió una necesidad para ambos. Desde ese momento buscaban sus miradas en la calle. El abandonaba a su padre por ir a verla desde el taller, y ella se desentendía de los muchachos por verlo a él, y sostenían la mirada todo lo que pudiesen, porque ninguno quería perder en esa guerra callada y sensual. Así pasó un año y medio. Y durante ese tiempo Gonzalo no se le había acercado ni un milímetro desde que se vieron a los ojos por primera vez. Ya que la indecisión lo frenaba, el se contentaba con mantener el contacto de miradas. Pero ella se cansaba de esperar, así como se cansó de los muchachos. La acompañaban a su casa otros chicos, no en grupos, pero sí uno por vez. Junto a ellos Gonzalo se encontraba feo, incapaz de encender la más leve emoción en una mujer. ¡Pero lo había hecho! Hacía tiempo que Luisa no aparecía por el taller. Gonzalo extrañaba sus insinuantes tacos. Sin embargo, una noche, cuando cerraba el taller, la vio salir más hermosa que nunca con un vestido entallado y pararse sola frente a su puerta. Era el momento que él había estado esperando. Sin dudarlo salió de su casa con la resolución de hablarle de lo que fuera, a enfrentar lo que sea y a asumir sus consecuencias. Ella lo vio aproximarse con la seguridad más agresiva del mundo, y sintió miedo. ¡Hola! la saludó él con la voz bien timbrada, sin tartamudear. Exudaba seguridad y ello lo sorprendió. Pero lo llenaba de orgullo hacia sí mismo. Iba a decirle que quería que fuesen amigos, cuando salió un joven de ademanes imponentes, y tomándola por la cintura, la besó en los labios para luego regresarla a la casa ¡es mejor que pases, mi amor, no quiero que te resfríes! Le oyó decir. Solo, sin más testigos que los faroles de la calle, serenamente regresó a su casa. Y rió con ganas de lo que acababa de sucederle. Resolvió que nadie lo iba a saber después de todo. Si bien no salieron las cosas como esperaba, cayó en la cuenta de que había vencido su miedo más humillante. Se sorprendió del aplomo con que afrontó el desenlace.

lunes, 12 de mayo de 2008

APOLOGÍA A LAS MADRES… TAMIZADA POR LA SABIDURÍA

Una mujer muy sabia me alcanzó algunas observaciones. Me hizo entender la emoción con que las madres esperan el segundo domingo de mayo. La sola ilusión de que pueden recibir algún detalle por parte de sus hijos, disipa de sus corazones cualquier rescoldo de amargura. Porque las madres no conocen el resentimiento. Porque para ellas ningún hijo es malo, sólo desconocedor.

Entonces, ningún hijo, por más indigno que fuese, tiene derecho a estropearles el entusiasmo. Ahora ya lo sabemos, ellas esperan un regalo. Debo apuntar, sin embargo, que el reconocimiento a nuestras mamacitas no debe reducirse a un solo día. En nuestras conciencias, el calendario debe funcionar de manera más agradecida: la semana de la madre, el mes de la madre, el año de la madre, la década de la madre...

LAS MADRES NO SE CANSAN DE ESPERAR

“Las mujeres valientes son incontables, pero tú a todas has superado”
(Proverbios 31, 29)

El segundo domingo de mayo de todos los años, conmemoramos el día de la madre. Un reconocimiento justo, aunque tardío. Irrisorio, por no escribir ridículo. Incluso cómico se diría, si tuviéramos la hombría de aceptar nuestra hipocresía. Da risa, es verdad. Recordemos sino a los solícitos hijos que, sólo por ese día, colman a sus madres de aparatos sofisticados, o las hastían de atenciones desesperadas creyendo, los muy ingenuos, que un detalle inusual puede expiar un año de desatenciones e ingratitudes. ¡Señores, el asesino con arrepentirse no revive a su muerto! Y nos engañamos a nosotros mismos si esperamos que nuestras viejitas olviden nuestras felonías. Sin embargo, y para vergüenza nuestra, aquellas mártires discretas, leales a la humildad a la que se consagraron, no se permiten un desaire, y estarían en su derecho si lo hicieran, contra aquellos que intentan congraciarse. Uno se pone a pensar, y concluye: quizá, la paciencia les viene de la resignación con que reconocen que abusaron de sus madres. Por eso esperan sin cansarse que, también nosotros, recapacitemos de nuestros errores.

Este artículo quiero dedicarlo a exaltar la férrea paciencia de las madres; así como el conmovedor sacrificio que asumen sin pedir más recompensa que la alegría de demostrarles que la inversión de sus mejores años no fue en vano, y que podemos valernos en la vida por cuenta propia. Desde su temprano desempeño como primeras maestras, hasta su rol de devotas y entrañables compañeras, su atención hacia nosotros vela sin descanso, aunque a veces llegue a irritarnos, y reciban severos reproches como pago. Todo esto lo asimilan. Todo lo olvidan.

¡Divinas luminarias de nuestras vidas, perdónennos, porque no sabemos lo que hacemos! Por favor, y no es que nos aprovechemos de su amor infinito, no se alejen de nuestro lado, aunque nuestra ignorancia se manifieste por momentos, porque nuestras existencias colapsarían en los tremedales de la soledad sin ustedes. Madres del mundo, nosotros sus hijos tenemos un compromiso para con ustedes. ¡Perdónennos! ¡Perdónennos otra vez! Somos simplemente humanos, ¡y ustedes lo saben! Por eso no nos guardan rencor. Porque por sus venas corre algo de divinidad.

¡Feliz día a todas las madres del mundo!

domingo, 27 de abril de 2008

¿Lo bueno de lo malo?

Hace tiempo mi mamá me contaba la historia de una joven que compartía sus decepciones con su madre. Sucede que mientras la muchacha se deshacía en un mar de reclamos, la madre la escuchaba impasible al tiempo que preparaba una torta. De cuando en cuando la madre la interrumpía diciéndole “toma, come la harina” o “aquí tienes el azúcar, sírvete un poco mientras esperamos a que la torta esté lista” a lo que la indignada hija respondía “mami, ¿cómo crees? Yo no como harina”. Sin embargo, cuando la torta estuvo lista, la hija olvidó sus penas y se deleitaba con el pastel que su mamá había horneado. Entonces la madre tomó la palabra y le hizo recordar a su hija con qué desagrado se negó a comer la harina, pero también le hizo notar cuán feliz era comiendo la torta (que incluía la harina). Lo mismo sucede con nuestros problemas momentáneos, por separado no tienen sentido; pero solo cuando han pasado los años y hemos probado suficientes adversidades, vemos que gracias a ellos somos fuertes y hemos madurado. Y que sólo en ese mágico instante todo toma sentido para satisfacción nuestra.

Sin embargo el asunto no queda allí. Porque no basta con soportar los problemas con paciencia, sino vivirlos con pasión, ya que incluso de nuestras frustraciones valoradas nos sentiremos orgullosos cuando hayamos llegado a la cima elegida. Me explico, hay quines se trazan metas en la vida, pero van tan absortos con la idea de cristalizarlas que no disfrutan del proceso de consecución. Cuando alcanzan sus sueños y miran atrás no sienten más que frío en el alma, el terror de haber corrido con los ojos vendados sin haberse tomado un descanso para contemplar el tono del cielo. Pero quien vive cada contratiempo al máximo, no los concibe como peñascos en su camino, sino peldaños que subidos con paciencia lo van elevando y acercando a las puertas del mundo. Por ello, cuando haya alcanzado las estrellas y mire su pasado no verá otra cosa que a sí mismo venciendo con denuedo cada obstáculo y aprendiendo en el camino invaluables experiencias. Entonces toda congoja quedará compensada con creces por la satisfacción de haber creído que se podía conseguir. Y, en efecto, lo consiguió.

Los problemas, ya sean enfermedades, limitaciones o decepciones, constituyen las piezas infaltables del tablero llamado vida. Hemos aprendido que los problemas nos hacen fuertes; hemos concluído también que deben ser asumidos con coraje y aprender de ellos para dar sentido a nuestra existencia. Ahora les propongo un tema tratado por Thomas Mann en su obra cumbre La montaña mágica: la necesaria caducidad del cuerpo para el afloramiento del espíritu. Nosotros como jóvenes somos soberbios, hasta que el cuerpo comienza a fallarnos. Porque solo ahí, cuando las fuerzas nos abandonan como causa del paso de los años o de algún mal, tomamos conciencia de que hemos ofendido a nuestro hermano. Es como si el sustento corpóreo de nuestra arrogancia se viniera abajo y en su estrepitosa y repentina caída llevara consigo nuestro orgullo. Entonces aprendemos a pedir perdón, o salimos a la calle a intentar enmendar muchas décadas de abusos con un día de buena voluntad en el intento desesperado de dejar una huella intachable en la memoria de los hombres. Será que sabemos que podemos tener los días contados y que necesitamos hacer las paces con nuestro prójimo. Entonces ni siquiera las dolencias físicas, cuando concientizan y hacen casi perfecto al hombre, están en vano en este mundo.

En verdad les digo, que no importa lo que nos espere a la vuelta de la esquina, sino la actitud que adopte nuestro carácter: el de un sosegado optimismo de que siempre se puede florecer si uno quiere, incluso en el tremedal de las dificultades.

viernes, 18 de abril de 2008

Quiero ser escritor!!

Hola. Si, quiero ser escritor. Estudio administracion de empresas en la universidad, voy en el setimo ciclo. Y mi vocacion creo que la lleve siempre en mi... pero no le prestaba importancia. Escribo estas lineas como remedio contra la angustia, y porque no he escrito nada desde hace un mes. Bueno... decidí escribir en un blog para agilizar mi pluma. Y quise dejar la carrera para ser escritor. Ese fue mi problema. Por un lado, mis padres me instaban a terminar lo que ya habia empezado "porque eso es de hombres" y por otra parte mi cisne me llamaba a seguir el camino que me indicaba. Durante casi un año evadía laa clases y pasaba las horas en la biblioteca aprendiendo de García Marquez, Hemingway, o Hess... Sin saber me comprometía con lo que me gustaba y claro.. estaba feliz; pero descuidaba mis estudios. Entonces cada vez que mi familia se interesaba en mi avance les mentía, o evadía las preguntas con un "si, la carrera ya está poniendose dificil, pero sigo pa' lante"... La idea de escribir un blog me llegó de parte de mi hermano Marcos. Y se la agradezco.

Ahora que estoy en este universo cercano a publicar novelas me doy cuenta que el asunto no era tan facil como soñar que ganaba el premio Nobel, o que representaba al Perú a nivel mundial. Realmente esta profesion exige maña, paciencia y humildad para reconocerse limitado y por lo tanto con mucho que aprender de los demás. Por ejemplo, en estos días revise el blog de un amigo de mi facu y quede fascinado (debo reconocer que tiene estilo para escribir). Entonces espero que mi asombro no se descomponga en envidia. En vez de eso DEBO agradecer contar con tan cercano maestro. Y así será. Realmente queda mucho pan por rebanar, pero soy joven pues tengomucho tiempopara invertir en mí y en mi formacion como exponente del mundo por medio de las letras. Debo declarar que me fascina el aspecto humano. Sus pasiones y su mundo interno; sus errores, sus caidas y el momento culminante en que reconoce que se equivocó, aunque este (como mayormente sucede) al borde del otro mundo. Si de verdad me fascina el ser humano y mis novelas se veran a menudo matizadas por seres que deben equivocarse mucho antes de encontar las respuestas a sus interrogantes.

sábado, 15 de marzo de 2008

Mi propuesta para mejorar la situacion del Perú

No quiero profundizar en mi primer artículo así que para comenzar les expondré para comenzar mi propuesta para cambiar la situación del país. Espero sus respuestas u opiniones. Ojo, lo que propongo no necesariamente debe ser entendido como la verdad absoluta. No, todo lo contrario, con gusto leeré sus sugerencias y les haré llegar mi apreciación u opinión sobre las mismas.

Sé que la mayoría piensa que la solución para sacar adelante al país radica en un cambio en la educación. Apoyo esa propuesta, sin embargo debemos tener presente que ninguna reforma en la educación prosperará si no cuenta con las condiciones adecuadas. Propongo, entonces, que para desterrar al subdesarrollo debemos, primero, promover reformas políticas y económicas.

1.- Con respecto a las reformas en el plano político:

Nuestros excesivos e innecesarios funcionarios públicos constituyen una traba para el desarrollo equitativo. Ellos sí reciben elevados emolumentos que proceden de los inclementes tributos que la población aporta, pero se descuida el puntual reconocimiento de salarios de los padres de familia. Por otro lado, nuestros padres de la patria perciben beneficios como la “escolaridad” cuando sus retoños ya terminaron de pasar por las aulas; y exorbitantes “gratificaciones”, además de su jugoso salario.

Nuestros políticos (presidente, ministros, congresistas, asesores, etc.) deberían demostrar de una vez ser merecedores de tales pagos, si lo son. Hasta hoy su eficiencia se ve reflejada en la situación en la estamos inmersos ahora mismo. Sin embargo ellos siguen medrando con nuestros aportes (impuestos). Todo ese derroche podría ser empleado en el pago puntual de sueldos, o en el financiamiento y asesoría de los pequeños empresarios, o en amparo de nuestros jubilados, o incluso en un aumento de sueldos, etc. Pensemos ¿hay poco dinero como se nos quiere hacer creer o es que se reparte indebidamente entre los peruanos?

2.- Con respecto a las reformas económicas:

El gobierno apuesta por la agroexportación como medida para alcanzar el desarrollo. Contamos con uno de los mares más ricos del mundo (el segundo, después de China) pero nuestro pescado no va la mesa de las familias peruanas sino que se exporta a Asia y Europa. Lo mismo sucede con productos vegetales como la alcachofa o el espárrago (solo por citar unos ejemplos), que no son conocidos por la mayoría de los peruanos pero que aportarían gran cantidad de nutrientes a los estudiantes, y a los mismos padres, de ser incluidos en la dieta diaria.

Por otro lado, hoy en día el turismo está considerado como otra actividad indispensable para elevar los ingresos nacionales. Se ha difundido entre la población la campaña de tratar bien al turista; se enfatiza en no promover huelgas para evitar ser considerados “país bárbaro”; se hace hincapié en dar una imagen positiva del Perú: el gobierno quiere quedar bien con los turistas, pero se olvida de sus obligaciones para con la población. ¿Cómo no van a reclamar si se desatienden las necesidades de tantos padres de familia? ¿No habría que asegurar primero el bienestar nacional a fin de que a esa población satisfecha (con trabajo estable, salarios puntuales y seguro social eficiente) recién se le pueda pedir pensar en los demás? ¡En el caso peruano se nos exige pensar en el otro cuando se nos desatiende!

Conclusiones:

Hasta aquí reflexionemos sobre los puntos tratados. ¿De que serviría hacer una reforma en la educación si los padres de familia no cuentan con un sueldo apropiado para hacer frente a los nuevos requerimientos (por ejemplo compra de más útiles, pago de excursiones, etc.)? Actualmente hay muchos padres que no ganan lo suficiente para hacer frente a una reforma vanguardista, mientras hay otros cuyos salarios les resta un gran margen de ahorro.

Incluso los maestros: su irrisorio sueldo no les permite siquiera pensar en actualizarse, aparte de tener que enfrentar sus problemas familiares. No sería sorprendente que un maestro no rinda en los exámenes que propone el gobierno, si no cuenta con ingresos suficientes para afrontar sus problemas familiares, como se espera que se halle en sus cabales para dirigir un salón, o aún peor investigar para colocarse a la altura de los requerimientos actuales: ¿De qué valdría promover una reforma si lo profesores no se encuentran a la altura de las expectativas?

O ¿Qué tal? Quizá se puede decretar el aumento de horas académicas: muy bien, pero si los alumnos no están lo suficientemente alimentados, se dormirían en clases. Uno, los padres no están bien informados sobre el asunto de la alimentación de los estudiantes; dos, la plata no alcanza para llenar la olla, y es una situación que la vive la gran mayoría de estudiantes. Lo cierto es que nuestra economía puede atravesar por etapas de bonanza, pero si no “chorrea” a la población cuando ello sucede, no importa cuantas reformas se hagan, si no se asegura el bienestar de la población primero, ninguna de ellas funcionará.

Quiero decir antes de terminar que hay puntos sueltos, o asuntos que preferí no abordar por falta de conocimientos. Ya los retomaré más adelante. Saludos a todos, fue un gusto dirigirme a ustedes, y estoy esperando sus opiniones. Un abrazo entonces.