lunes, 1 de junio de 2009

Sobre reconocer nuestros errores

El ejemplo predica mejor que los consejos; y cuando se trata de reconocer nuestros errores no hay nada más efectivo que aceptar con humildad que nos hemos equivocado; así, quienes nos rodean aprenderán también de nuestra cortesía.

El problema no es equivocarnos; somos humanos, nadie lo sabe todo y menos aún cuando nos adentramos en un campo nuevo; más bien nuestro problema radica en cómo vemos el hecho de equivocarnos. Creemos que un error nos diminuye como personas; bueno, si piensas eso, pues deja de hacerlo; porque si te das cuenta un error puede resultar una oportunidad para crecer; si, una oportunidad de aprender de nuestras limitaciones y no volver a caer en el mismo fallo, es decir, aprender de nuestros errores y no volver a cometerlos.

No es malo equivocarse. Malo es no reconocerlo. Pero peor aún es negar que nos hayamos equivocado e intentar justificarlo.

Aconsejar a otros es bueno, pero enseñar con el ejemplo es todavía más efectivo. Muchas veces sugerimos lo que debe hacerse y para vergüenza nuestra no somos los primeros en seguir esas pautas. Nos preguntamos muchas veces por qué es tan difícil que los demás sigan nuestras órdenes y la respuesta quizá se deba a que ellos notan una incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Un hermano, pongámoslo así, puede ordenar a su menor que limpie su cuarto pero si éste nota que su mayor no da el ejemplo, pues simplemente, no obedecerá, y peor rebeldía provocará en el pequeño si su mayor se empeña en justificar su negligencia; esta misma dinámica sucede por desgracia entre padres e hijos, dentro de la pareja, entre amigos, etc.

Ante un error, la gente puede asumir una de dos actitudes: o acepta la responsabilidad de su descuido o culpa a otros por su error. Y es que es más fácil encontrar “culpables” que asumir la culpa. No, mejor no digamos culpables, llamemos responsables. Culpable se le dice a quien a cometido un delito, pero responsable es aquél que se encarga de propiciar un resultado.

Decíamos que es más fácil responsabilizar a otros de nuestros errores que asumir la responsabilidad nosotros mismos. Sólo que si rechazamos nuestra responsabilidad sobre algún fallo también estamos renunciando a la oportunidad de enmendarlo.

Los errores no deben ser motivo de vergüenza. Si alguien nos señala un error, lo peor que podríamos hacer es señalarle otro error como respuesta a su observación. Es más, aunque sea verdadera nuestra réplica, no es el momento para hacerla, ni es sensato responder con ella a quien nos da una oportunidad para crecer. Lo mejor que debe hacerse es asentir en silencio, con mucha educación y con mucha humildad que la otra persona tiene razón y que sería sabio esforzarse por no cometer la misma falta.

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