Soñar con lograr nuestras metas; hacer lo necesario porque así sean, y luego comenzar a cosechar los primeros frutos de nuestro esfuerzo es para cualquiera motivo de satisfacción y orgullo.
El corazón se enardece cuando comprueba que los sacrificios, el agotamiento, el dolor, en fin las privaciones de ayer toman sentido hoy. Es bello saber que estamos en camino de realizar aquello para lo que nos hemos sentido llamados. Uno de los secretos para vivir feliz consiste en hacer lo que nos gusta, pero hacerlo bien.
Aquel que gasta su existir sin empeñarse en conocerse a sí mismo ni conocer sus potencialidades no será para la memoria del mundo más que un parásito: insignificante y perjudicial.
Todos, absolutamente todos, tenemos la responsabilidad de prepararnos lo mejor que podemos en la escuela de la vida. Sobre nuestros avances, sobre nuestros logros, sobre nuestras experiencias, las generaciones que nos siguen van a ponerse de pie. Es la ley del progreso. Los hombres que llegarán a relevarnos mañana esperan recibir un mundo mejor al que recibimos; ellos a su vez entregarán a quienes los sucedan un lugar mejor donde recibirlos.
Cada quien tiene el deber de conocerse a sí mismo para saber de nuestras potencialidades y explotarlas, y para prevenirnos de nuestros defectos, y erradicarlos.
Tenemos tanto por lo que trabajar y tan escaso es el tiempo del que disponemos que desperdiciarlo en preocupaciones o vicios es una soberana tontería.
Hemos sido llamados a esta vida para ponerla a disposición de los demás, viviendo nuestros sueños, disfrutando de nuestras aficiones y desarrollando tal potencial en lo que hacemos que la pasión por nuestro trabajo y los progresos que éste traiga infundan en los demás los mismos motivos para vivir esta vida de la misma manera que nos inspiraron antes a nosotros.
Sólo así, poniendo gusto en el empeño, disfrutando de nuestro trabajo es que este mundo se puede poblar de maestros aventureros y emprendedores realizados.
Rindo unas palmas a todos los que empeñan el corazón en la tarea para la que se sienten elegidos.
lunes, 29 de junio de 2009
viernes, 12 de junio de 2009
EL “secreto” de Rhonda Byrne: La ley de la atracción
El libro “El Secreto” de Rhonda Byrne ha recibido una gran acogida en sus seis primeros meses vendiendo más de dos millones de copias. No cabe duda que la autora y el ejército de expertos que la asesoraron han sabido promover una agresiva y eficiente estrategia de marketeo para atraer el interés y el favor de los lectores; teniendo en cuenta que la Ley de la Atracción no es un “descubrimiento” de Rhonda Byrne. Y es que la ley de la atracción no es tan secreta como se pudo pensar; de hecho a largo de la historia ha habido pensadores, filósofos o expertos han teorizado acerca de esta ley, la ley de la atracción; así como también hubieron quienes supieron sacarle provecho.
La Ley de la Atracción sustenta que nuestra mente tiene poder para crear nuestra realidad; sostiene que aquello en lo nuestra mente piensa constantemente el Universo nos lo concede, sin importar si es bueno o malo. Algunas de las ideas que se señalan en el libro son:
“Si lo ves en tu mente, lo tendrás en tu mano”
“Tus pensamientos se materializan en objetos”
“Te conviertes en lo que más piensas, pero también atraes lo que más piensas”
“Contémplate viviendo en la abundancia y la atraerás hacia ti. Siempre funciona, para todas las personas”
“Atrae lo bueno en vez de lo malo”
“La única razón por la que personas no tienen lo que quieren es porque piensan más en lo que no quieren que en lo que quieren”
“Tu vida está en tus manos. No importa dónde estés ahora ni lo que te haya sucedido, puedes empezar a elegir conscientemente tus pensamientos y a cambiar tu vida. No hay situaciones sin esperanza ¡Todas las circunstancias de tu vida pueden cambiar!”
De las frases anteriores se desprende que somos nosotros mismos los causantes de los que nos sucede o de los estados de ánimo que tenemos. Pero si ha funcionado en negativo, concluye la autora, también va a funcionar en positivo. Sólo basta con tener fe, confiar en que tal como lo ansiamos, así sucederá.
La propuesta es revolucionaria, sin embargo no es original; para comenzar las citas anteriores no pertenecen todas a la autora sino a expertos contemporáneos como Bob Proctor, John Assaraf y Mike Dooley, sólo por mencionar algunos.
En la Biblia también podemos encontrar evidencias de la ley de la atracción y acerca de confiar en que se conseguirá lo que se ha pedido:
“Y todo cuanto pidiereis en la oración, si tenéis fe, lo alcanzareis”
La Ley de la Atracción sustenta que nuestra mente tiene poder para crear nuestra realidad; sostiene que aquello en lo nuestra mente piensa constantemente el Universo nos lo concede, sin importar si es bueno o malo. Algunas de las ideas que se señalan en el libro son:
“Si lo ves en tu mente, lo tendrás en tu mano”
“Tus pensamientos se materializan en objetos”
“Te conviertes en lo que más piensas, pero también atraes lo que más piensas”
“Contémplate viviendo en la abundancia y la atraerás hacia ti. Siempre funciona, para todas las personas”
“Atrae lo bueno en vez de lo malo”
“La única razón por la que personas no tienen lo que quieren es porque piensan más en lo que no quieren que en lo que quieren”
“Tu vida está en tus manos. No importa dónde estés ahora ni lo que te haya sucedido, puedes empezar a elegir conscientemente tus pensamientos y a cambiar tu vida. No hay situaciones sin esperanza ¡Todas las circunstancias de tu vida pueden cambiar!”
De las frases anteriores se desprende que somos nosotros mismos los causantes de los que nos sucede o de los estados de ánimo que tenemos. Pero si ha funcionado en negativo, concluye la autora, también va a funcionar en positivo. Sólo basta con tener fe, confiar en que tal como lo ansiamos, así sucederá.
La propuesta es revolucionaria, sin embargo no es original; para comenzar las citas anteriores no pertenecen todas a la autora sino a expertos contemporáneos como Bob Proctor, John Assaraf y Mike Dooley, sólo por mencionar algunos.
En la Biblia también podemos encontrar evidencias de la ley de la atracción y acerca de confiar en que se conseguirá lo que se ha pedido:
“Y todo cuanto pidiereis en la oración, si tenéis fe, lo alcanzareis”
Mateo 21: 22
“Por tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas, y se os dará”
“Por tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas, y se os dará”
Marcos 11: 24
Ante esta ley muchos se han declarado suspicaces, tanto materialistas como idealistas. Por un lado, los primeros cuestionan los reales alcances de esta ley: cuánto se puede lograr; y si es verdad que se puede combatir cualquier mal; o si es cierto que se podría influir en la conducta de otros en beneficio propio; o si sería posible que se pueda vencer a la misma muerte. Por otro lado, están los idealistas que no ven con gusto eso de que sea el “Universo” quien conceda los deseos del hombre con sólo pensarlo y no Dios, pues con ello se declararía al mismo hombre como su Dios y que no necesita de otro Dios para conseguir favores o milagros.
El debate está en pie. ¿Cuál es el verdadero alcance de esta ley? ¿Realmente funciona? ¿Tiene límites lo que el Universo puede conceder?
No cabe duda que Rhonda Byrne ha elegido un tema controversial para atraer la atención del mundo, y que supo llegar a la mente de las personas a través de este libro, incluso cuando la Ley que vende no es un secreto que ella haya revelado.
lunes, 1 de junio de 2009
Sobre reconocer nuestros errores
El ejemplo predica mejor que los consejos; y cuando se trata de reconocer nuestros errores no hay nada más efectivo que aceptar con humildad que nos hemos equivocado; así, quienes nos rodean aprenderán también de nuestra cortesía.
El problema no es equivocarnos; somos humanos, nadie lo sabe todo y menos aún cuando nos adentramos en un campo nuevo; más bien nuestro problema radica en cómo vemos el hecho de equivocarnos. Creemos que un error nos diminuye como personas; bueno, si piensas eso, pues deja de hacerlo; porque si te das cuenta un error puede resultar una oportunidad para crecer; si, una oportunidad de aprender de nuestras limitaciones y no volver a caer en el mismo fallo, es decir, aprender de nuestros errores y no volver a cometerlos.
No es malo equivocarse. Malo es no reconocerlo. Pero peor aún es negar que nos hayamos equivocado e intentar justificarlo.
Aconsejar a otros es bueno, pero enseñar con el ejemplo es todavía más efectivo. Muchas veces sugerimos lo que debe hacerse y para vergüenza nuestra no somos los primeros en seguir esas pautas. Nos preguntamos muchas veces por qué es tan difícil que los demás sigan nuestras órdenes y la respuesta quizá se deba a que ellos notan una incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Un hermano, pongámoslo así, puede ordenar a su menor que limpie su cuarto pero si éste nota que su mayor no da el ejemplo, pues simplemente, no obedecerá, y peor rebeldía provocará en el pequeño si su mayor se empeña en justificar su negligencia; esta misma dinámica sucede por desgracia entre padres e hijos, dentro de la pareja, entre amigos, etc.
Ante un error, la gente puede asumir una de dos actitudes: o acepta la responsabilidad de su descuido o culpa a otros por su error. Y es que es más fácil encontrar “culpables” que asumir la culpa. No, mejor no digamos culpables, llamemos responsables. Culpable se le dice a quien a cometido un delito, pero responsable es aquél que se encarga de propiciar un resultado.
Decíamos que es más fácil responsabilizar a otros de nuestros errores que asumir la responsabilidad nosotros mismos. Sólo que si rechazamos nuestra responsabilidad sobre algún fallo también estamos renunciando a la oportunidad de enmendarlo.
Los errores no deben ser motivo de vergüenza. Si alguien nos señala un error, lo peor que podríamos hacer es señalarle otro error como respuesta a su observación. Es más, aunque sea verdadera nuestra réplica, no es el momento para hacerla, ni es sensato responder con ella a quien nos da una oportunidad para crecer. Lo mejor que debe hacerse es asentir en silencio, con mucha educación y con mucha humildad que la otra persona tiene razón y que sería sabio esforzarse por no cometer la misma falta.
El problema no es equivocarnos; somos humanos, nadie lo sabe todo y menos aún cuando nos adentramos en un campo nuevo; más bien nuestro problema radica en cómo vemos el hecho de equivocarnos. Creemos que un error nos diminuye como personas; bueno, si piensas eso, pues deja de hacerlo; porque si te das cuenta un error puede resultar una oportunidad para crecer; si, una oportunidad de aprender de nuestras limitaciones y no volver a caer en el mismo fallo, es decir, aprender de nuestros errores y no volver a cometerlos.
No es malo equivocarse. Malo es no reconocerlo. Pero peor aún es negar que nos hayamos equivocado e intentar justificarlo.
Aconsejar a otros es bueno, pero enseñar con el ejemplo es todavía más efectivo. Muchas veces sugerimos lo que debe hacerse y para vergüenza nuestra no somos los primeros en seguir esas pautas. Nos preguntamos muchas veces por qué es tan difícil que los demás sigan nuestras órdenes y la respuesta quizá se deba a que ellos notan una incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Un hermano, pongámoslo así, puede ordenar a su menor que limpie su cuarto pero si éste nota que su mayor no da el ejemplo, pues simplemente, no obedecerá, y peor rebeldía provocará en el pequeño si su mayor se empeña en justificar su negligencia; esta misma dinámica sucede por desgracia entre padres e hijos, dentro de la pareja, entre amigos, etc.
Ante un error, la gente puede asumir una de dos actitudes: o acepta la responsabilidad de su descuido o culpa a otros por su error. Y es que es más fácil encontrar “culpables” que asumir la culpa. No, mejor no digamos culpables, llamemos responsables. Culpable se le dice a quien a cometido un delito, pero responsable es aquél que se encarga de propiciar un resultado.
Decíamos que es más fácil responsabilizar a otros de nuestros errores que asumir la responsabilidad nosotros mismos. Sólo que si rechazamos nuestra responsabilidad sobre algún fallo también estamos renunciando a la oportunidad de enmendarlo.
Los errores no deben ser motivo de vergüenza. Si alguien nos señala un error, lo peor que podríamos hacer es señalarle otro error como respuesta a su observación. Es más, aunque sea verdadera nuestra réplica, no es el momento para hacerla, ni es sensato responder con ella a quien nos da una oportunidad para crecer. Lo mejor que debe hacerse es asentir en silencio, con mucha educación y con mucha humildad que la otra persona tiene razón y que sería sabio esforzarse por no cometer la misma falta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)